Nota de intención
Borges construyó su literatura alrededor de sus sueños, pesadillas,
viajes de la historia de sus antepasados, que era también la de
su país. El laberinto era para Borges el símbolo de la perplejidad
de los hombres ante el misterio de la vida.
La escenografía que proponemos para la conmemoración de los 100
años del nacimiento de Borges (1999), toma, naturalmente, la apariencia
del laberinto que busca transportarnos a un clima de intimidad con el autor,
a darnos el placer a la vez colectivo e íntimo de una búsqueda,
de un descubrimiento. El laberinto es el esquema más representetivo
de la obra de Borges. El hombre prisionero, el lugar paradoxal,
el laberinto fíja simbólicamente un movimiento del exterior al
interior, de la forma a la contemplación, de la multiplicidad
a la unidad, del espacio a la ausencia de espacio, del tiempo
a la ausencia de tiempo. Representa, también, el movimiento del
interior al exterior, según su progresión. El laberinto llega
a ser, también, por tradición, la representación de un caos ordenado
por la inteligencia humana; de un desórden voluntario que posee
su propia clave. Representa, así mismo, la naturaleza (un bosque
es un laberinto vegetal) y las construcciones humanas (una biblioteca
es un laberinto, una gran ciudad también).
El espejo es otro de los símbolos más frecuentes en la obra de
Borges ( uno de los más antiguos puesto que aparece en su primer
libro de poemas). Él nos ayuda a descifrar el contenido personal
de los símbolos. Nos hace examinar otra imágen, ya que refleja
una realidad que no está en ellos pero al exterior de ellos. Además,
el espejo invertido, es tambien una reflexión de la conciencia
y de la autocontemplación.
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